Por Gabriela Solórzano
Aunque la figura de Bukele pareció representar una ruptura con el pasado, pronto recurrió a estrategias tradicionales, entre ellas la alianza con la religión como sostén simbólico de su discurso autoritario. Con el paso de sus mandatos, se ha hecho visible el núcleo patriarcal que sostiene su modelo. El lema "Dios, Patria y Familia" ha regresado con fuerza en la reconfiguración de las derechas latinoamericanas, incluyendo a El Salvador, México, Colombia y Ecuador.
Ante una explosión de subjetividades sostenidas también en la digitalidad, Bukele se consolidó en el poder en un discurso ideológicamente flexible cuyo objetivo principal ha sido concentrar y sostener el poder. Desde el inicio de su presidencia construyó un andamiaje institucional orientado a la exclusión de las mujeres como sujetas políticas y al distanciamiento de las diversidades sexuales. Aunque en el debate público evitó ubicarse entre derechas e izquierdas, su proyecto se alinea con la nueva derecha regional que se consolida bajo aquel lema "Dios, patria y familia", pero además aunque sin decirlo explícitamente: libre mercado. Más allá de la exclusión de las mujeres y disidencias sexuales es neesario entender el carácter patriarcal que sostiene su modelo de gobierno y las claves del momento histórico actual, desde la posibilidad de despatriarcalizar el paradigma del poder que algunos sectores sociales proponen como horizonte.
Pese al intento de novedad, desde el inicio Bukele performea una masculinidad política que se impone como salvadora frente al caos. En su primera campaña presidencial se acercó a sectores que durante los gobiernos del FMLN habían sido incorporados a la gobernanza: la comunidad LGBTIQ+, las mujeres y las juventudes. De tanto en tanto, la memoria digital rescata fotografías de campaña donde aparece junto a personas de la comunidad LGBTIQ+, imágenes que contrastan con las políticas y discurso que hoy lo sostienen.
Con sus propios matices, han surgido distintos “apellidos” del populismo, acercándolo a los referentes latinoamericanos del giro izquierdista de los años 2000. Sin embargo, aislarlo del modelo de gobierno que construye es recortar particularidades ideológicas neurálgicas. Su cercanía puede encontrarse en rasgos del neopopulismo de los noventa —como Menem o Fujimori. Fujimori, al llegar al poder sin el respaldo de un partido, asaltó instituciones de la democracia representativa, reemplazándola por una "democracia eficiente". Esa visión neoliberal se refleja también en el "dictador cool" que hoy lidera El Salvador.
Bukele como portador de una misión ¿mítica?
Al describir El Salvador como un "niño enfermo", Nayib se posicionó como el "padre" encargado de curarlo. Ese niño necesitaría "una medicina amarga" y atravesar el dolor para transformarse. En este convenio tácito, mediante su política de seguridad y una pedagogía de la crueldad, sus seguidores aceptaron el sometimiento. En una lógica de resultados, demostró que gran parte de la población estaba dispuesta a ceder derechos a cambio de seguridad.
Para la mayoría, la promesa de orden bastó para legitimar el avance de su proyecto de "renovación nacional", esta infantilización del país y el rol del pater familias no ha sido solo un recurso simbólico, se traduce en decisiones concretas. Su primera medida como presidente fue eliminar la Secretaría de Inclusión Social (SIS), que dirigía el programa Ciudad Mujer. Dicho programa, reconocido por acercar el Estado a mujeres en situación de violencia, también promovía políticas para personas adultas mayores y para la diversidad sexual.
Desde la óptica de las políticas públicas, resulta fundamental destacar la anulación progresiva de Ciudad Mujer, que pese a las críticas y propuestas del movimiento feminista, es un hito en política social que trascendió a otros países. Su desmantelamiento es la materialización institucional del discurso patriarcal, junto a otras acciones estatales que delinearon el horizonte del gobierno bukelista.
La narrativa del "hombre fuerte" —capaz de proteger, castigar y salvar— encuentra eco en un imaginario colectivo moldeado por la guerra, las masacres indígenas, la violencia estructural y la exclusión de las mujeres. Como sostiene Rita Segato, el patriarcado moderno se articula en una pedagogía de la crueldad que naturaliza la dominación y la convierte en espectáculo. En El Salvador, esta pedagogía se manifiesta más allá de las imágenes virales de pandilleros capturados, se expresa en la criminalización de personas defensoras de derechos humanos, legitimando así la violencia como forma de gobierno.
La figura presidencial no solo reproduce la verticalidad del mando, sino que la reviste de una estética propia, potenciada por la maquinaria comunicacional del Estado, que convierte el control en un acto moralmente aceptable. Este Dios, esta Patria y esta Familia son en efecto, el Dios homofóbico y antifeminista, la Patria clasista de los ricos y la Familia heteronormada patriarcal. Rapidamente, el bukelismo se ha revelado hermanado con la derecha más conservadora. En el centro de este imaginario se encuentra la figura de la esposa del presidente, quien encarna a la mujer hegemónica —cuidadora, madre y soporte moral—, proyectada en políticas públicas que devuelven a las mujeres a su rol tradicional, como la Ley Crecer con Cariño, la priorización de la primera infancia y la omisión de las mujeres en la política de salud. Esta lógica patriarcal se expresa en la exclusión de las mujeres de los espacios de decisión, en la negación sistemática de los derechos sexuales y reproductivos, en la persecución simbólica de las disidencias y en la invisibilización del trabajo reproductivo como dimensión política.
Peso a lo anterior, las ultra derechas juegan una carta ambigua, utilizar a las mujeres como portavoces de las "buenas mujeres",un ejemplo clave es la reaparición de la Fuerza Armada como actor social, en este segundo mandato, el carácter conservador-patriarcal del régimen se materializa con fuerza: la nueva ministra de Educación, Karla Trigueros —mujer, militar y médica— encarna la moral conservadora que orienta el quinquenio imponiendo la censura de términos como "feminismo", "masculinidades", "sexualidades" o "cambio climático" en el sistema educativo. Esta designación, paradójicamente, utiliza la figura femenina para legitimar un proyecto profundamente patriarcal, impulsando agendas aún más violentas del discurso patriarcal.
Silvia Federici recuerda que el control sobre los cuerpos y la domesticación de las mujeres constituyen las bases silenciosas del capitalismo y de los Estados modernos. A partir de este giro conservador, muchos analistas describen el momento actual como un nuevo oscurantismo, evocando la Edad Media, cuando el conocimiento bajo control de la Iglesia frenó el desarrollo. No obstante, en aquel oscurantismo florecieron los saberes de las mujeres en los márgenes, en espacios de resistencia silenciosa.
Frente a este habitante del poder —poco novedoso, pero hábil en la seducción mediática—, se observa un desmantelamiento de las estructuras de resistencia a través del marco normativo, narrativa y persecución estatal. Las iniciativas que buscan transformar el paradigma patriarcal enfrentan hoy una reacción virulenta y a medida que las mujeres se consolidan como sujetas políticas y emergen nuevas identidades que cuestionan las jerarquías de género, las hegemonías responden con una reestructuración patriarcal reforzada.
Despatriarcalizar el poder, en una sociedad que clama por "valores" y "disciplina del padre", supone desmontar no solo a quienes lo encarnan, sino también las formas en que el poder se ejerce en nuestras colectividades, ¿hasta qué punto es posible desmontar este paradigma si se sigue aspirando a un poder concebido desde el patriarcado, sostenido por el Estado capitalista? ¿Disputar el poder para despatriarcalizar?
Frente a la consolidación del giro ultraconservador, prácticas que coloquen al centro la vida, replanteamientos paradigmáticos de las relaciones entre mujeres, diversidades, naturaleza y resistencia son una necesidad que no rasguña el sentido común. La ultra derecha aplasta con el secuestro de los conceptos, con acción política, financimiento filántropico y oligarca europeo, iglesias evangélicas cooptando el escenario. Antagónico a la atomización, el llamado es a la articulación estratégica, a la acción sin daño, a las narrativas de esperanza, a reconocer coincidencias entre los distintos movimientos y no antagonismos, si la derecha se recompone en el reconocimiento de sus intereses globales y nodos de coincidencia para la hegemonía ¿Es tan díficil para nosotrxs?.
Solo en la acción política que construya poder despatriarcalizado y anticapitalista se esboza la posibilidad de superar la misión mítica del dictador que se erige como padre redentor.
Gabriela Solórzano es activista feminista y defensora del medio ambiente. Participa en la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES) en favor de la justicia ambiental y de género.

