Autoritarismo

La venganza del macho herido

6/3/25   Tiempo de lectura: 11 min

Sobre emociones de derecha, el llamado a la mano dura y las posibilidades de resistencia. Por Jana Flörchinger

En 2023, ya gozaba de un amplio respaldo popular cuando el autoproclamado “presidente más cool del mundo” apareció frente a la prensa, vestido con jeans y gorra de béisbol, para inaugurar la “más grande y más moderna mega prisión de Latinoamérica”. El discurso en superlativo sigue surtiendo efecto: El Salvador ocupa, por fin, un lugar en el escenario global. Ya no son las bandas criminales ni la pobreza lo que llega a la prensa internacional, sino el auge y la fortaleza, ambos personificados en el presidente Nayib Bukele. Él tiene a la mayoría de la población de su lado “en la lucha del Estado contra las bandas criminales”, a pesar de que muchos miles de personas han sido apresadas sin fundamento legal. 

El “populismo punitivo” en El Salvador es, desde hace mucho, parte del manual autoritario de la derecha global. Esto ha llegado tan lejos que, tan sólo unos días después de que Donald Trump asumiera su mandato, Bukele le ofreció aceptar no sólo la repatriación de connacionales deportadxs por Estados Unidos, sino también la llegada de criminales peligrosos –sin importar si son ciudadanos estadounidenses o no– a las prisiones salvadoreñas. La administración estadounidense se mostró halagada: Trump y su Secretario de Estado Marco Rubio aceptarían la oferta “en un santiamén” si no hubiera obstáculos legales para la misma. 

La externalización del sistema penitenciario se inserta en la lógica del gobierno estadounidense; los reportes de deportaciones masivas, así como videos de milicias que denuncian a migrantes sin papeles, generan imágenes de crueldad y alimentan la fantasía de un Estado represivo omnipotente. También en El Salvador, la inauguración de la “mega prisión” estuvo acompañada por una campaña mediática cuyo núcleo consistía en imágenes humillantes y deshumanizantes de lxs presxs. Una puesta en escena, rayando en una pedagogía de la violencia, que encuentra un gran apoyo y muy poca resistencia entre la población. ¿Cómo puede explicarse este entusiasmo por el castigo y la humillación?

El auge de la masculinidad tóxica

Trump y Bukele liberan a sus seguidorxs de la sensación de que sus actos carecen de relevancia, de efectividad; transmiten a la gente la impresión de estar (re)conquistando los lugares en la primera fila de la pertenencia social, que les habrían sido supuestamente arrebatados en el pasado por otrxs, ya sea por migrantes, por beneficiarixs de la asistencia social o por mujeres. Aquí se muestra un autoritarismo desde abajo, alimentado por el deseo de venganza; el odio hacia la propia impotencia, así como la sensación de ya no ser relevante en la sociedad, encuentran en la humillación pública de otrxs una válvula de escape. 

No es casualidad que sean principalmente hombres jóvenes blancos quienes se dejan llevar por estas emociones; la alusión a la fuerza y a la mano dura los libera de la carga que genera la sensación de que su supremacía podría estar en riesgo. Los ideales heterosexistas y de masculinidad tóxica experimentan un auge durante épocas de crisis: cuando las representaciones patriarcales de una superioridad masculina se tambalean, no sólo aumenta la misoginia, sino también la hostilidad frente a quienes ponen en cuestión dichas representaciones, sobretodo mujeres y personas queer. En esto consiste la venganza del macho herido, que únicamente es capaz de someterse frente a su fantasía de un líder fuerte. 

Este ejemplo muestra que, con frecuencia, más coacción no es necesariamente sinónimo de menos consenso; es todo lo contrario: la reestructuración autoritaria del Estado y de la sociedad goza de una enorme popularidad que sigue en aumento. La pregunta planteada por Spinoza acerca de por qué la gente lucha por defender su esclavitud como si esta fuera su salvación, parece ser más urgente que nunca: discursos reaccionarios e ideologías de la desigualdad se expanden a nivel global, las carácteristicas antidemocráticas de los Estados y sociedades neoliberales se expresan de manera cada vez más abierta, mientras que la brutalidad de la dominación y la explotación aumenta considerablemente. Prueba de ello son el populismo punitivo en El Salvador, así como la pedagogía de la violencia en Estados Unidos. 

Pertenecer a lxs más fuertes

El autoritarismo es un proyecto de lxs de arriba, sin embargo, sus medidas son acompañadas y permitidas por lxs de abajo, por ejemplo mediante el llamado al orden y a la aplicación de “mano dura”. En Argentina, los recortes de casi un tercio del gasto público han conducido a un aumento inédito de la tasa de pobreza en el país; sin embargo la aprobación popular de esta política se mantiene estable, al menos por encima del 40 por ciento: la estigmatización de la pobreza da frutos. A ello se suma la idea de una libertad individual total prescindiendo de la sociedad, así como el miedo a perder algo a manos de otros grupos. 

Milei demuestra que la política bajo signos neoliberales radicales degenera en la pura imposición de intereses, perdiéndose así la noción de la política como un espacio para la negociación de los mismos. Esto promueve el deseo de pertenecer a lxs más fuertes, a aquellxs que imponen su agenda con la mayor dureza posible, aún cuando, en lo inmediato, no necesariamente defiendan los mismos intereses.

La desaparición de la praxis democrática de la negociación conduce a un problema adicional: si las experiencias subjetivas de injusticia o de discriminación no encuentran eco en el debate público o en la negociación política, esto ocasiona el aumento del sentimiento de impotencia y, donde antes había argumentos, aparecen las emociones. Así, si bien la regresión derechista sigue siendo un proyecto desde arriba, este es impulsado por un anhelo autoritario que atraviesa estratos sociales y que busca y fomenta respuestas racistas, anti-feministas e anti-igualitarias frente a los problemas sociales. 

¿De dónde viene el llamado al orden?

El anhelo autoritario está caracterizado por un deseo de orden. La antropóloga estadounidense Arlie Hochschild ilustra esto con la imagen de una fila de espera, en la que las personas estarían formadas para realizar sus sueños; sin embargo, estas no tienen la sensación de estar acercándose a su objetivo, a pesar de haber luchado durante toda su vida para ello. Lxs culpables de esto serían lxs que se han colado en la fila: migrantes, mujeres y personas queer, personas negras, “terroristas ambientales”, así como beneficiarixs de la asistencia social; dependiendo el contexto, estas personas son atribuidas con la responsabilidad de crisis económicas, supuestos problemas de seguridad o de la baja natalidad. Esta imagen muestra que la promesa neoliberal de bienestar para todxs nunca podrá cumplirse si este sólo se persigue de manera individual. Al mismo tiempo, es más fácil culpar a “lxs que se han colado” que reconocer que la promesa misma estaba podrida desde un comienzo. 

La desigualdad crece, así como también aumenta drásticamente la precarización en el día a día: precios de renta en ascenso, endeudamiento por cuotas estudiantiles o encarecimiento de los alimentos. Las infraestructuras públicas para la reproducción social se hallan a su vez bajo una presión enorme: los recortes en el sector de la salud, las reformas a las pensiones, así como escuelas, guarderías y servicios de asesoramiento disfuncionales debido a los recortes de presupuesto… Todo esto da cuenta de la destrucción de los servicios de asistencia social. 

No obstante, estos resultan esenciales, pues cubren la satisfacción de necesidades sociales y afectivas y posibilitan la cohesión social. Al mismo tiempo, las rentas y el costo de vida aumentan, mientras los salarios son consumidos por la inflación. Si las infraestructuras de la reproducción social entran en crisis, los conflictos sociales se agudizan; el intento por compensar las brechas abiertas en esta situación conduce al agotamiento, a la enfermedad y a la sobrecarga, así como a una disminución de la calidad del suministro o al surgimiento de nuevas brechas. 

Aún cuando las crisis tienen consecuencias muy distintas para la gente que habita diferentes lugares alrededor del mundo, es posible reconocer patrones que aparecen cuando la desigualdad y la precarización de la vida cotidiana crecen. Los sentimientos de aislamiento, miedo, estrés e impotencia adquieren fuerza; surgen conflictos en torno a la distribución y al acceso a los bienes. Es evidente que estos conflictos ya existían antes, desde siempre. No obstante, penetran de manera cada vez más intensa en la vida cotidiana, desestabilizan grupos sociales y se encuentran con una sociedad individualizada en la que, después de treinta años de neoliberalismo, el concepto de autoresponsabilidad ha logrado imponerse. Según la socióloga Firoozeh Farvardin, con el llamado al orden se lleva a cabo el intento de superar el fracaso del neoliberalismo como garante de la reproducción social. El recrudecimiento autoritario global sería, por tanto, una “crisis del manejo de las crisis.”

Resistencia desde la periferia 

Las respuestas a las crisis contemporáneas no las encontraremos aquí en Alemania, actuando por cuenta propia; es necesario abordar las experiencias y las interpretaciones provenientes de aquellas regiones del mundo en las que el autoritarismo, la violencia y la opresión están mucho más arraigados que aquí. De esas regiones podemos aprender mucho sobre cómo la gente se organiza y hace frente a las agresiones autoritarias en contra de los derechos democráticos y sociales. 

En Argentina, por ejemplo, las madres en búsqueda de sus hijxs desaparecidxs durante la dictadura se unieron a las luchas en contra de la violencia patriarcal en torno al movimiento Ni Una Menos. En conjunto, ellas organizaron en mayor parte las huelgas generales de los últimos meses en contra las políticas de gobierno derechistas-libertarias de Milei. 

En Kenia, el descontento a causa de las tendencias autocráticas también desencadenaron protestas a nivel nacional, involucrando a un gran espectro de la sociedad. En el verano de 2024, un proyecto de reforma tributaria desató protestas masivas; ya desde los años ochenta, los programas crediticios del FMI habían ocasionado un endeudamiento masivo del país. Los ajustes estructurales agudizaron las consecuencias de la política de austeridad impuesta, mientras que el desempleo juvenil ascendió al 67 por ciento. Con esta situación como telón de fondo, Kenia vivió recientemente una ola de violencia feminicida que causó gran indignación y sirvió de impulso a las demandas feministas: entre otras, por derechos territoriales para las mujeres así como por el reconocimiento del feminicidio como delito sancionable. Las protestas estaban dirigidas en igual medida en contra del gobierno, del Occidente y del patriarcado. 

Los acontecimientos en Kenia se alinean con transformaciones políticas del pasado reciente que, al menos por ahora, se desmarcan de un agravamiento autoritario: la sorpresiva victoria del candidato presidencial marxista en Sri Lanka, las huelgas generales durante meses, impulsadas sobretodo por los movimientos indígenas en Guatemala y que evitaron la consumación de un golpe de Estado autoritario y, por último, la caída del régimen de Assad en Siria. Las contradicciones sociales surgen incluso al interior de regímenes autoritarios en apariencia herméticos y estables. Esto no debería conducir necesariamente a un viraje hacia la derecha, sino que podría liberar un potencial antiautoritario a través del anhelo de acabar con la manera en que se nos gobierna en la actualidad. Los ejemplos dan muestra de que el fatalismo, sea del viraje a la derecha y del autoritarismo, tanto desde arriba como desde abajo, no es de ningún modo conveniente. 

Jana Flörchinger es asesora para México y Centroamérica en el Departamento de cooperación transnacional en medico international, donde también trabaja en la elaboración de estrategias para hacer frente a la derecha.

Si bien la amenaza del viraje contemporáneo a la derecha es real, frecuentemente pasamos por alto que gente alrededor del mundo está buscando respuestas a las crisis omnipresentes y haciendo frente a los ataques de la derecha. Muchas de nuestras organizaciones contrapartes viven y realizan su labor bajo regímenes autoritarios, frecuentemente convirtiéndose ellas mismas en el blanco de sus ataques. Siempre se muestran solidarias con otrxs afectadxs y luchan con ellxs por justicia y el cumplimiento de los derechos humanos, de manera solidaria y atravesando fronteras. Nosotrxs estamos de su lado. 


Haz un donativo!