Emociones en la pandemia

Mucho miedo, poca rabia

Un homenaje político para Juan Andrés Pérez Pérez (1954-2021). Por Julia Manek y Timo Dorsch.

En pleno brote de la pandemia, tanto el pánico como el miedo son emociones que no escapan a nadie; nadie les escapa. La pandemia Covid-19 es el primer acontecimiento verdaderamente global - se experimenta simultáneamente en todo el mundo: en lugar de que "nosotrxs" lo tengamos bajo control, es la pandemia la que nos tiene bajo control a nosotrxs.  Señales borrosas nos indican los efectos duraderos y cambios masivos que impondrá. No obstante, en su totalidad a la pandemia con sus innumerables dimensiones la alcanzaremos a comprender hasta dentro de algunos años. Tal vez, nunca la comprendamos por completo.

A nivel social global, las rupturas parecen monstruosas. En lo individual, mientras, vemos nuestras vidas siendo reducidas y comprimidas a lo más intimo: al cuerpo como tal, a la vida desnuda. Nos enfrentamos a un virus que permanece invisible al ojo humano. Sus partículas pueden estar en todas partes. Todo el tiempo. Por encima de todo, la pandemia del Covid-19 nos recuerda que cada unx de nosotrxs  - y de manera aislada – somos inmediatamente vulnerables. De repente, hasta en enero 2020, incluso lxs que se creían materialmente segurxs están arrojadxs hacia esta esfera de la vida desnuda y pueden morir ahora, a pesar de haber pensado que tenían décadas por delante.

Ambas perspectivas de ver al mundo pandémico - la vista global tanto como el nivel carnal - producen primero que nada una sola emoción, pintada en sus varias matices: el miedo. Pero, ¿es eso todo lo que hay? ¿No nos tiene más que ofrecer nuestro "repertorio emocional pandémico"?

Sin medida, solo valor

Más allá del miedo, en Alemania recientemente se habla de la fatiga del coronavirus. Acá, este término expresa, entre otras, una postura clasista. No se refiere a la fatiga postviral, más bien a la fatiga de la situación pandémica en su totalidad: esta gente se endulzó el inicio de la pandemia pudiendo trabajar desde casa, apreciándola por su momento de desaceleración. Pero el cierre de la vida cultural y gastronómica, la prohibición al contacto humano colectivo, ahora les está causando fatiga.

Las cifras de infección, de reproducción y de mortalidad siguen cayendo sobre nosotrxs: los correlatos médicos y demográficos de la pandemia parecen suficientemente calculables cuantitativamente. La “medición de las incidencias de infección” se extiende hasta los rincones más lejanos del mundo. [Por supuesto no es cierto, pero no dejemos que así aparezca.]

Un mensaje hay que repetir con la suficiente frecuencia hasta que se lo interiorice. El virus es omnipresente. No hay que minimizar su peligrosidad. Sin embargo, la comunicación siempre es política. Modela nuestra vista con que miramos al mundo y a la vida. En consecuencia, la vida tiene que orientarse según estos presagios transmitidos. Otras preguntas, otras preocupaciones, en consecuencia, pasan al segundo plano, sustituidas por meros números: Tasas de incidencia , tasas de reproducción, tasas de mortalidad. Medimos la peligrosidad y la letalidad del virus. Pero del valor de la vida ya no hablamos.

¿Es la medida numérica realmente el punto de referencia adecuado para captar la crisis actual en toda su explosividad y urgencia? ¿Para captar las condiciones que causan y agravan la crisis? ¿Para buscar soluciones?

"No te rompas la cabeza, la guerra o la paz, todo es igual".

"¿Es todo igual?", preguntó Jacques, asombrado. "Díselo a los millones de personas que se preparan para morir".

"¿Y eso qué?", dijo Mathieu con buen humor. "Llevan la muerte consigo desde su nacimiento. Y si se les abatiera hasta el último hombre, la humanidad estará tan completa como antes; sin vacío alguno, sin que falte uno".

"Sólo entre doce y quince millones de personas", dijo Jacques.

"No es una cuestión de números", dijo Mathieu. "La humanidad como tal siempre está completa; no le falta nadie, ni espera a nadie. Seguirá sin lograr nada; las mismas personas se enfrentarán con las mismas preguntas y estropearán las mismas vidas".

Al igual que Jean-Paul Sartre pone a hablar a sus personajes en la novela El aplazamiento, no se trata de la humanidad siendo una medida cuantificable. Se trata de cada ser humano individual y de su valor. Sin embargo, si basáramos nuestra vida únicamente en la medición y la muerte, algo crucial se quedará atrás: la vida como tal, atravesada y marcada por el deseo, el amor, la rabia, la esperanza. Y, sí, eso también, el miedo y la preocupación por unx mismx. Pero no solamente. La vida se vive y se construye en el momento del encuentro, cuando nos socializamos. ¿Ha sido reemplazado el significado de la vida por la medición de la misma?

Más allá de la medición biopolítica de la vida

Lo que no se logrará medir nunca es el sufrimiento que yace "detrás" de estas cifras – en particular este sufrimiento que se esconde detrás de cada última cifra con la que incrementa la tasa de mortalidad. Son lxs familiares, lxs amigxs, lxs supervivientes [siendo lxs que sobreviven a sus fallecidxs], lxs que se hayan recuperado de la enfermedad quienes cargan y soportan este sufrimiento. "Cada suspiroes como un sorbo de vidadel que uno sedeshace", escribió en una ocasión el escritor Juan Rulfo.

La mayor parte del tiempo, el dolor y el sufrimiento permanecen en el ámbito privado. Tasas de incidencia, tasas de reproducción, tasas de mortalidad. Todas estas son cifras y medidas que, en su abstracción, se supone que nos guían hacia la preocupación y la responsabilidad individual. A lxs que no están afectadxs [todavía], les provoca un malestar difuso: "nosotrxs" sólo podemos imaginar "su" dolor, su probable miedo al presente y al futuro.

Inconcebible el sufrimiento de lxs que pierden no a un ser querido, no a dos seres queridos, sino a multiples seres, multiples vidas queridas. ¿Qué tan privado puede ser el dolor cuando es el triaje que decide quién accede al tratamiento médico intensivo y quién no? ¿Qué tan privado puede ser el sufrimiento cuando su causa es una consecuencia directa de las condiciones sociales? ¿Cómo puede surgir una compasión por el sufrimiento de todxs aquellxs “allá” cuyo lugar económico y social dentro de la sociedad determina si tienen acceso a cualquier forma de atención médica en absoluto? ¿Qué tal si el "lockdown" significa que lxs encerradxs mueren de hambre? ¿Qué tal si cada día sin trabajo significa que no hay comida para ese día y ni para el siguiente? Cuando el sufrimiento y el luto ya no se pueden soportar más – cuando supuestamente la gente experimenta la fatiga de la muerte – el dolor y el miedo se convierten en rabia. En Brasil, cientos de miles protestan [por fin] contra las políticas neoliberales y socialdarwinistas de Bolsonaro y su política de dejar morir miles de ciudadanxs.

¿Existe una falta de empatía que nace de la arrogancia clasista imperial? Parece existir una diferencia [emocional] entre los lugares "aquí" [poblado por lxs que no conocen el sufrimiento de la muerte y/o el hambre en la crisis ] y "allá" [poblado por lxs que viven este sufrimiento material]: Es la diferencia de la afectación abstracta.

¿Dónde, pues, está nuestra rabia?

El 25 de enero de 2021, nuestra propia afectación abstracta se convirtió en un dolor dolorosamente concreto: Nosotros [también] perdimos, una vez más, a un ser querido por Covid-19. Un amigo, un compañero, un pionero intelectual político, marcado por el internacionalismo y la humildad humana, un ser humano en el sentido más estricto del termino, humorista, solidario, prudente, un pilar fundamental de nuestra familia por elección. Su muerte nos deja atónitos, tanto "allá", en Ciudad de México, como "aquí", en Fráncfort del Meno. El dolor y la pena de nuestras personas queridas a las que estamos geográficamente distantes y emocionalmente cercanxs, lo compartimos en su subjetividad. En medio del dolor, su muerte nos hace ver que hay un inmenso vacío social emocional: la rabia.

¿Dónde está nuestra rabia? Nuestro compañero se contagió – con toda probabilidad – en una fila de espera. Ya jubilado, estaba obligado a hacer cola físicamente por una hora. Cada quincena tenía que esperar para recibir su pago de pensiones. Pensando esto, nuestra rabia se agitó [tal vez por primera vez]: ¿cómo es posible que nuestro amigo – a pesar del imperativo de 'su sana distancia', a pesar de las restricciones de movilidad, a pesar de su avanzada edad – tenía que esperar? Para acceder al dinero que de por sí le correspondía por sus décadas de trabajo asalariado, y que, sin embargo, no era más que una mísera compensación por lo que le habían quitado: la mayor parte de su vida. Cantinflas dijo una vez: "Algomalo debe tener el trabajo, o los ricosya lo habríanacaparado". ¿Cómo es posible que en medio de la escalada de infecciones no se hayan creado alternativas para hacer llegar ese dinero en forma digital a lxs jubildaxs? Sin cola: un posible momento de infección menos. Menos infecciones: menos posibles muertes.

Pero, ¿quién puede permitirse quedarse en casa? ¿Cuál sociedad sobrevive a eso? ¿Cuál gobierno tiene los recursos para hacerlo? En medio del empobrecimiento global, que no se detiene ni siquiera ante los países del G20 como México, el capitalismo neoliberal no ha llevado de ninguna manera a la garantía de la propia reproducción de la población en edad de trabajar. El empleo informal y el precario se entremezclan. “Antes de morir del coronavirus, muero de hambre". El tiempo del luto es también tiempo de la rabia. Rabia a aquellxs, quienes benefician de la miseria siendo la normalidad. A aquellxs que son coresponsables de esta normalidad miserable. A aquellxs que juegan con la vida de lxs demás.

Polipandemia de la desigualdad.

La chispa de la rabia tendría mucho combustible. En todas partes se observan múltiples "fuentes de incendio": la rabia contra un sistema económico en el que la salud es una mera mercancía. Enfado porque los sistemas de salud - especialmente la mano de obra de lxs trabajadorxs de salud - son explotadxs a lo máximo. Enfado porque muchxs trabajadores de salud – especialmente en el Sur Global – tienen que trabajar con equipos de protección inadecuados debido a los exorbitantes aumentos de precios y a la escasez de productos. Rabia porque miles de ellxs mueren por estas condiciones de trabajo. Muchas de esas muertes serían evitables si solo las vidas humanas no tuvieran también un precio calculable en la lógica de la maximización de los beneficios que el capitalismo no está dispuesto a pagar.

Llevamos años observando la erosión de los sistemas de salud . Desde hace décadas sabemos que a las personas más pobres del mundo se les niega el acceso a medicamentos asequibles. Incluso ahora, en plena pandemia, la protección del derecho de patente sigue siendo fundamental y decide sobre quién recibe las vacunas. Y quién no.

Podríamos enfadarnos con la industria farmacéutica, que no tiene ningún interés en que las vacunas sean un bien común. Enfadarnos con la Organización Mundial del Comercio, el cómplice más poderoso de la industria farmacéutica, y con el gobierno alemán, que impide una distribución solidaria de las vacunas. Enfadarnos por la competición en la compra de las vacunas, que impide su distribución solidaria. Todo eso pasa, aunque hay un interés casi lógico de todxs en la distribución justa de las vacunas: porque la pandemia sólo se acabará cuando se acabe para todxs. Por ende, esta pandemia es una polipandemia: las múltiples crisis – las múltiples pandemias – agravan las enormes desigualdades existentes. Las consecuencias sanitarias de la pandemia del coronavirus se entrelazan con las pandemias de la pobreza y del hambre. El choque socioeconómico ya recibido traerá consigo otras pandemias. El autoritarismo se afianza. Las estructuras democráticas se vuelven más frágiles. ¿Cuándo será el día en que consideremos normales las medidas extraordinarias de hoy? Aunque la mayoría de las mujeres* soportan las múltiples formas del trabajo remunerado y del trabajo de cuidado no remunerado, la violencia patriarcal va en aumento. En todos las países las poblaciones negras e indígenas sufren más casos severos de enfermedad y tasas de mortalidad más elevadas. Las diferencias estadísticamente significativas se mantienen a pesar de cualquier argumento respecto a las diferencias económicas y la desigualdad en el acceso a las estructuras asistenciales.

“La rabia siempre pertenece a lxs demás.” Mecanismos de defensa psíquica contra la indignación.

Indignez-vous. ¡Indignaos!“ La resistencia y la rebelión surgen de la indignación, cuando se unen a la rabia, por haber experimentado el sufrimiento y la injusticia. Dado que, al igual que el miedo, la rabia no es necesariamente una buena consejera política, la política de afecto impulsada por la rabia no siempre será emancipadora. Sin embargo, la resistencia política puede estar "informada” por la rabia. Como catalizador emocional, la rabia puede producir políticas de justicia.

A pesar de que la rabia se podría cuidar y alimentar, la propia indignación - tanto como la de lxs demás - suele ser desestimada, desvalorizada. En lugar de darle un lugar para pensar en una teoría critica y emancipadora, la polémica afectiva del anciano luchador social francés Hessel ha sido a menudo descartada. La indignación no cabe en la auto-percepción normativa de la clase burguesa: el sujeto burgués está políticamente informado, auto-optimizado y afectivamente regulado. La "rabia" pertenece [sólo] a lxs demás. En Alemania, hasta ahora, la rabia de la política de los afectos parecía estar reservada a aquellxs que, a menudo unidxs en el resentimiento racista y antisemita, y en algunos casos al odio flagrante, llevan a la calle su enfado por las restricciones que implica la regulación de la pandemia. Son llamados "rebeldes del coronavirus”. A pesar de los aspectos particulares de sus teorías conspirativas, no son un caso aislado: la rabia racista se proyecta [también, y no sólo] sobre lxs inmigrantes en Sudáfrica donde se les amenaza y persigue como supuestos "portadores del virus". No vamos dejarles la calle a lxs que niegan la existencia o la peligrosidad del virus, ni a su darwinismo social o sus teorías conspirativas.

Es legítimo enfadarse con un sistema económico que hace negocio con la pandemia y aún más con el sufrimiento que causa. Pero, ¿dónde está esa legítima rabia de la izquierda y de lxs de abajo, la rabia contra las actuales estructuras pandémicas de poder en las que desembocan todas las relaciones de explotación, exclusión e injusticia que nos ofrece el capitalismo global? ¿Qué hacemos con esta rabia? ¿Cómo la transformamos, cómo la llevamos hacia un momento social, resistente y emancipador?

Una lucha por la vida digna. Y por la humanidad

Podemos decidir en qué manera queremos relacionarnos con lxs que sufren. Podemos decidir si será el miedo que determine la forma de nuestras relaciones. Mantenernos a distancia, o construir la cercanía a través de un acercamiento empático. ¿Quién puede permitirse el lujo de llorar aisladamente y practicar la afectación abstracta? ¿Quién tiene que seguir luchando por su propria vida, siendo pura supervivencia - ahora solamente bajo auspicios cambiados? El virus nos afecta a modo desigual. Importante mencionar que la desigualdad no sólo se da dentro de las sociedades, sino también entre ellas: La misma idea de una política de cal y canto no podría estar más equivocada y irreal: Ya no existen relaciones exteriores a la sociedad.

"Después de un tiempo, creo que lo importante de la indignación es que sea duradera. Si quieres cambiar las condiciones, la rabia y la tristeza tienen que durar mucho tiempo. Ahí, donde el odio  hacia los explotadores no retrocede, yace el humanismo verdadero”, dice Kolzow en la novela de Robert Cohen, El exilio de las mujeres insolentes. Sólo mediante esta rabia permanente contra las condiciones es concebible una reparación del mundo. Esto es un homenaje a un hombre quien siempre ha sido un luchador por la libertad. Que estaba luchando toda su vida por un mundo [más] justo, por el derecho a la ciudad, antes de que existieran las campañas del mismo nombre. Tras los terremotos de la Ciudad de México en 1985 y hasta su muerte, luchó por la reconstrucción de viviendas sociales y dignas. Fueron sus decisiones de la vida que lo llevaron a reparar la sociedad desde abajo, para cambiarla.

Se requiere rabia para saber de qué lado hay que ponerse en las luchas sociales. Se requiere la humildad para saber crear algo nuevo. Su vida reverbera en las reacciones de quienes le lloran. A lo largo de sus gestos, el valor inconmensurable de su vida se simboliza. Algunxs se dirigieron a la funeraria donde estaba su urna. Desafiaron el peligro mortal del virus porque están unidxs a su amigo no en la muerte, sino en la vida.

Son los gestos simples los que lo dicen todo. Es esta máscara amarilla-roja que es depositada junto a su urna. Es la máscara del único superhéroe real de México, el Súper Barrio, el héroe de los barrios populares excluidos. Es un héroe de las últimas décadas que nuestro compañero ayudó a formar, ayudó a construir, ayudó a acompañar. Es un héroe tras cuya máscara todxs se esconden para hacerse visibles. "¡Todxs somos Súper Barrio!” resuena desde los rincones de las luchas urbanas. La máscara conmemora su vida. Habla de ese valor inconmensurable que no se puede exprimir en ninguna medida.

Enfadadxs y vulnerables. Reconocer y exigir los derechos de lxs demás

El altar conmemorativo lleva la bandera cubana. Junto a su foto está la bandera negra de luto - y también la máscara amarilla-roja del Súper Barrio. Él, nuestro compañero, es una parte inconmensurable de los barrios desde abajo. Es parte de todxs lxs que juntxs son más que su mera suma. Era una de esas personas especiales de las que podemos aprender lo que significa la "solidaridad": compartir los bienes materiales e inmateriales, así como defender los derechos de lxs demás como grupo social, incluso cuando una o otra vez no estás de acuerdo con ellxs.

Es un homenaje político para una persona que nos encontró en empatía, que fue capaz de reconocer el sufrimiento de lxs [supuestxs] otrxs: ese sufrimiento producido por las estructuras actuales de poder y explotación. En realidad, este sufrimiento es un "motor" de la Teoría Crítica: de ahí surge la necesidad de cambiar el sistema de opresión neoliberal capitalista. En el vínculo entre la solidaridad y la empatía, se encuentra la declaración recíproca, la concesión, el reconocimiento del derecho humano, en el que la propia libertad responde a la libertad de lxs demás.

Aunque nuestro compañero no se dejaba llevar por la rabia, este homenaje es un alegato a la vulnerabialidad: vulnerables, enfadadxs, resistentes. Es una súplica para que nos cuidemos unxs a otrxs. Defender a la otra persona y a la vida digna. Con ella, la lucha por una salud diferente, no mercantilizable, está también inextricablemente ligada: la salud no es la mera ausencia de enfermedad, se entiende desde la perspectiva de las condiciones socioeconómicas en las que surgen la salud y la enfermedad. Ningún Estado podrá quitárnoslo, ni como garante ni como negador de derechos.

Se lo debemos no sólo a nuestro compañero Juan Andrés Pérez Pérez (1954-2021). Sino también a nosotrxs.

1. Februar 2021

Timo Dorsch

Timo Dorsch es periodista independiente que informa regularmente sobre México y América Latina.

Julia Manek

Julia Manek es psicóloga y geógrafa humana. Trabaja en el departamento de comunicaciones de medico international como consultora de trabajo psicosocial.

Publicado: 24. febrero 2021

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