Debate

La matriz global de la colonialidad

Lo que podemos aprender del post- y neo-apartheid sudafricano: una propuesta para un levantamiento cosmopolita desde abajo. Entrevista con Tshepo Madlingozi.

medico: La consigna “El apartheid está muerto, ¡que viva el apartheid!” tiene un carácter central en tu concepto “Perspectivas de la descolonización”. En tu opinión, ¿podría decirse que la esperanza de cambios políticos y económicos reales tras el fin oficial del apartheid representó algo más que buenos deseos?

Tshepo Madlingozi: En aquel entonces tod@s teníamos muchas esperanzas, tanto en Sudáfrica como en el mundo entero. En la concepción global –es decir, europea–, Sudáfrica representa algo muy particular pues, como afirmó el filósofo Derrida, el apartheid fue la última expresión del racismo institucionalizado. Podrá haber sido utópico y quizás también ingenuo, pero el hecho de que las transformaciones se hubieran alcanzado sin un recrudecimiento de la violencia, nos pareció aún más esperanzador. A diferencia de lo que ocurrió en Kosovo, en los Balcanes o en Ruanda, en Sudáfrica no hubo una guerra civil. Todo esto nos pareció un milagro y ocasionó que florecieran las esperanzas; el mundo entero pensó que en Sudáfrica todo iba a salir bien. También esto fue únicamente una proyección, una proyección europea basada en la ingenuidad, pero también en una ignorancia deliberada.

¿A qué se debe que la demanda de cambios profundos y de igualdad no se haya cumplido, ni en 1994 ni hoy en día?

El movimiento anti-apartheid fue, después del movimiento contra la esclavitud, la campaña de solidaridad internacional más importante a nivel mundial, pero ¿cuáles fueron sus resultados? El apartheid significa mucho más que discriminación. En todo momento se trató también de cuestiones culturales y económicas, por ejemplo: ¿a quién pertenece la tierra? ¿quién está al mando de la economía? ¿quién define qué es el saber? Sudáfrica fue una colonia de asentamiento desde 1657 y se mantuvo así por siglos. Hoy en día, no sólo el sistema educativo continúa siendo en gran medida eurocéntrico; del mismo modo, la cuestión de la tierra sigue sin resolverse. Tan sólo el 8% de las tierras han sido devueltas a l@s que en su momento fueron despojad@s de ellas, y l@s blanc@s aún poseen 70% de las mismas. La cuestión de la tierra no sólo tiene una dimensión económica: la tierra nos dice quién somos, nos conecta con nuestros “antepasados”, con nuestra memoria cultural y nos brinda el espacio en el que practicamos nuestra cultura y nuestros rituales tradicionales; la tierra nos conecta con el mundo. Al despojarnos de ella, no sólo nos quedamos sin tierra, sino también sin nuestras raíces; nos convertimos en vagabund@s cósmic@s. La economía sudafricana se encuentra aún en manos de l@s blanc@s. Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos tuvieron vínculos con grandes empresas sudafricanas, así como con el gobierno del apartheid. Estos países podían sentirse confiados de que no ocurriría ningún cambio sustancial mientras las relaciones de propiedad se mantuvieran intactas. Hoy, estos mismos países actúan como si un proceso radical de redistribución fuera “irresponsable”. Aquí tenemos que lidiar con una “epistemología de la ignorancia” que le viene muy bien a Occidente.

Desde los años noventa persiste la tesis de que el conflicto hubiera derivado en una guerra civil si, tras el fin del apartheid, la cuestión de la tierra también hubiera sido abordada. ¿Es esto retórica occidental?

Esta idea de que la cuestión de la tierra permaneció intacta con el fin de evitar una guerra civil es falsa. Tampoco es que se haya evitado la guerra, sino que esta se libró con las armas de la pobreza: casi la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Existe una guerra de marginación, que va de la mano con una guerra contra las mujeres. Las guerras en la Sudáfrica actual son culturales y económicas. Lo que logró evitarse fue únicamente una guerra contra l@s blanc@s. También es falsa la afirmación de que, entre 1988, antes de que Mandela abandonara la prisión, y 1996, tras la transformación democrática en Sudáfrica, haya habido más asesinatos que durante el apartheid o el periodo colonial. Un equívoco más: el Congreso Nacional Africano (CNA) nunca fue un partido revolucionario. Fue un partido para las élites negras, que buscaban asegurarse un porcentaje de la economía. Este partido luchó por ser incluido en la sociedad blanca, pero no por una redistribución radical de la economía, ni por la devolución de las tierras. El CNA nunca pretendió tocar la cuestión de la tierra, y esta es la razón por la cual permanece irresuelta y esté, nuevamente, a la orden del día.

El rumbo seguido por la política ha echado sobre los hombros de l@s sobrevivientes del apartheid, quienes por cierto nunca recibieron una compensación adecuada, la carga de una larga historia de injusticia.

Es por eso que hoy hablo de un neo-apartheid. Logramos abolir el apartheid, pero eso no nos liberó de él; la estructura fundamental de la economía se basa, hoy como ayer, en la explotación de l@s negr@s, en la marginación, en la guerra contra las mujeres quienes, además del trabajo reproductivo en el hogar, deben vérselas también con el trabajo asalariado. En la vida económica persiste el sistema colonial; el capitalismo, cuya estructura es fundamentalmente racista, tiene muchas continuidades. Tu pregunta retoma puntos muy importantes: existe un trauma intergeneracional, y tanto la pobreza como la marginación, atraviesan también muchas generaciones, adquiriendo a su vez una mayor complejidad. Cuando un padre desaparece, sus hij@s ya no pueden asistir a la escuela; entonces la pobreza impide que puedan obtener un trabajo seguro y digno. El trauma y la pobreza abarcan generaciones enteras, del mismo modo que los privilegios en la vida de las personas blancas.

¿Es esta desigualdad lo que ha dado vida a los movimientos postcoloniales en Sudáfrica hoy en día?

Bajo slogans como #rhodesmustfall o #feesmustfall, l@s estudiantes están llevando a cabo una lucha que debemos tomar muy en serio. Ell@s no sólo están exigiendo el acceso a agua limpia, a electricidad o incluso a una educación de alta calidad, sino que insisten en que el edificio está mal construido desde sus cimientos, que el fundamento de la nueva Sudáfrica está podrido y que, en realidad, ni siquiera existe un fundamento sobre el cual pueda construirse una nueva sociedad. Por eso ell@s dicen: “Nosotr@s, que nacimos después de 1994, tampoco nacimos libres”. En consecuencia, no exigen reformas graduales: para superar realmente las estructuras neocoloniales, sería necesario “que todo caiga”.

¿Este movimiento de protesta cayó del cielo, por decirlo así?

Hay algo de novedoso en él y, a la vez, es el resultado de numerosos movimientos de protesta que durante los últimos años se manifestaron contra los desalojos y por el acceso a bienes públicos y que pasaron prácticamente desapercibidos. En la prensa no apareció nada sobre ellos. Debemos tener claro su alcance: los townships están ardiendo. Sin embargo, también debe tenerse en cuenta que la rabia se ha manifestado en algunos casos como xenofobia; en lugar de confrontar al sistema que causa la pobreza, se busca la responsabilidad en otra persona vulnerable. De este modo, cada mes son asesinadas mujeres negras lesbianas, lo cual no se ve como un escándalo. Nos encontramos una situación de neo-apartheid, de neocolonialismo, en la que sólo algun@s negr@s se vuelven millonarios. Nuestro presidente, por ejemplo, es millonario sin ser un hombre de negocios. Hablo de un neo-apartheid, por que l@s beneficiari@s originales del apartheid, en alianza con algun@s negr@s, mantienen en pie una sociedad excluyente.

¿Se necesita de algun@s negr@s súper ricos para legitimar este sistema de carácter neocolonial?

Sí. Señalando a un@s cuant@s puede afirmarse que el ascenso social es posible y que cualquiera puede lograrlo. Esto no cambia en nada el hecho de que la estructura social siga produciendo el individualismo y la marginación de manera ininterrumpida: en ella, algun@s cuentan,  much@s otr@s no. Durante una huelga de trabajador@s en una mina de platino hace ocho años, se efectuó una masacre por la única razón de que l@s miner@s expresaron: “no queremos seguir siendo esclav@s”. En aquel entonces, nuestro presidente era accionario de esta mina. En esta masacre se expresa de manera drástica el neo-apartheid en que vivimos: las personas negras siguen siendo sospechosas, y la sociedad sudafricana mantiene a la mayoría de negr@s en cautiverio, en una “zona de l@s nadie”.

¿Ha cambiado la estructura moral de Sudáfrica con el ascenso del movimiento #mustfall, es decir, la lucha por una sociedad descolonizada y justa? ¿Puede adquirir esta lucha una resonancia a nivel mundial?

Yo diría que este nuevo movimiento puede poner en evidencia el código cultural de la traición de una manera muy clara. Tiene razón cuando afirma que a nosotr@s no se nos ha obsequiado la libertad. El movimiento protege las experiencias de estudiantes negr@s frente al riesgo de ser ignoradas y marginalizadas y resalta la realidad de la violencia epidémica y del racismo institucionalizado. Exige poner al descubierto los privilegios de ser blanc@ y las continuidades de la colonialidad; a su vez, demanda poner fin a la opresión de género y abandonar el orden neoliberal que, por ejemplo, comercializa cada vez más la educación superior. En este sentido, los movimientos han realizado una muy buena crítica al sistema educativo eurocéntrico y orientado hacia el mercado, diciendo que la mayoría de las universidades sudafricanas nos enajenan y nos convierten en minieurope@s. Yo me pregunto a veces, sin embargo, si estos movimientos están avanzando hacia el fondo del problema. Aún si los planes de estudio adquirieran un enfoque más africano y se consiguiera el acceso a la educación para jóvenes provenientes de familias pobres, no se estaría transformando en absoluto la realidad económica. En mi opinión, se requiere un análisis a profundidad de la economía; sin él, las conexiones entre capitalistas locales y globales permanece invisible y, por tanto, resulta imposible encontrar vías para derrotarlos. Igualmente importante es establecer vínculos con luchas similares en otros países y continentes, pues el imperio neoliberal no puede ser derrotado sólo en casa. Lo que se necesita es un levantamiento cosmopolita desde abajo.

Algo clave para comprender a profundidad estos movimientos de descolonización y liberación es observarlos en sus particularidades y dinámicas propias. Sin embargo, ¿cuál es el papel que pueden desempeñar los movimientos globales de carácter universalista?

La mayoría de países que fueron colonias están situados frente a los mismos retos y problemas. Todos ellos tienen que vérselas con la matrix global de la colonialidad, en el sentido de que han sido arrojados a los márgenes del poder político, económico y epistemológico. En cierto sentido, el imperio colonial sigue existiendo. Ya no se apoya en los fusiles ni en la biblia, sino que se mantiene adoptando formas que llaman menos la atención, como el “colonialismo epistemológico”, el sometimiento económico, el canibalismo cultural, la carga del daño ecológico, entre muchas otras. Dado que se trata de un sistema global de opresión y periferización, se necesita algo similar a un pushback contrahegemónico global. En este sentido, las alianzas democráticas Sur-Sur y un enriquecimiento recíproco de ideas, estrategias y tácticas tienen una enorme importancia. Boaventura de Sousa Santos ha definido esto como  un “cosmopolitismo subalterno”, mientras que Walter Mignolo lo llama “cosmopolitismo decolonial”. El hecho de que también en el Norte Global esté ocurriendo un levantamiento de grupos anticapitalistas, feministas radicales, antirracistas, por la justicia climática y la descolonización, es algo que nos llena de ánimos. Aquí se está conformando lo que puede denominarse como “el Sur en el Norte Global”, o también como “la otra Europa”. Estas fuerzas pueden contribuir a derribar el imperio desde dentro.

¿Cuáles son los horizontes en común que un movimiento de estas características podría y debería desarrollar?

La perspectiva para movimientos contrahegemónicos desde el Sur es una colonialidad democrática, antiheteronormativa, antipatriarcal, anticapitalista y antiepistemológico. No se trata de formar alianzas como un fin en sí mismo, ni de sustituir la colonialidad del hombre blanco por la del hombre negro. Lo importante son las alianzas desde abajo, que se desenvuelvan fuera de las estructuras del estado. Estos horizontes en común y principios compartidos acerca de cómo organizarse, son también válidos para la Europa contrahegemónica. Además, las alianzas entre grupos anticoloniales en el Sur y en Europa deben basarse en el respeto y la solidaridad mutuos. Sólo así puede evitarse el imperialismo cultural y el canibalismo epistemológico por parte de l@s llamad@s compañer@s del Norte.

La entrevista fue realizada por Anne Jung de medico international a fines de 2019, es decir, aún antes del inicio de la pandemia del coronavirus.

Traducido por Benjamín Cortés Peralta.

Tshepo Madlingozi

Tshepo Madlingozi dirige el Center for Applied Legal Studies (CALS) de la Universidad Witwatersrand en Johannesburgo desde 2019. Entró en contacto con medico pocos años después del fin del apartheid, como joven activista de Khulumani. Durante muchos años fungió como coordinador nacional de Advocacy y como miembro de la junta directiva del Khulumani Support Group, que defiende a más de 85 mil víctimas y sobrevivientes de graves violaciones de derechos humanos durante la era del apartheid.

Publicado: 09. julio 2020

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