COVID-19 en Afganistán

Bajo cualquier circunstancia

Afganistán no dispone de casi nada para hacer frente al virus. Sin embargo, la AHRDO, organización contraparte de medico international, continúa realizando su trabajo por los derechos humanos. Por Jawad Zawulistani.

Sólo las malas noticias desde el Sur son noticias y parte de la visión colonial. Solicitamos a nuestr@s colegas de la Afghanistan Human Rights and Democracy Organization (AHRDO) un artículo sobre el COVID-19, en vista de las cifras escalofriantes que circulan en nuestros medios. El texto que presentamos a continuación describe cómo nuestr@s colegas, bajo las restricciones impuestas, llevan adelante su trabajo por los derechos humanos con gran determinación y de manera incondicional.

Durante el punto más álgido de la primera ola de COVID-19 en Kabul, Mahnaz, una madre soltera residente de la ciudad, fue contactada vía telefónica por un grupo local de voluntari@s que reparte alimentos y artículos de higiene personal a familias de escasos recursos. Durante la llamada, le informaron dónde podría recoger su paquete de ayuda al día siguiente. A la cita acudió otra joven mujer que, a la pregunta de por qué Mahnaz no había ido personalmente a recogerlo, respondió: “ella no tiene zapatos”.

En este país, que durante décadas no ha vivido más que conflictos y crisis, la COVID-19 apareció como la peor de las pesadillas; el país cuenta casi exclusivamente con la resiliencia de la gente para hacer frente al virus. Para muchas personas, la COVID-19 representa una amenaza menor si se le compara con lo que ya han tenido que padecer, sin embargo, las consecuencias socioeconómicas de la pandemia aún están por desarrollarse en su totalidad y, teniendo en cuenta la situación particular de Afganistán, cualquier clasificación de la gravedad del problema y sus consecuencias a largo plazo podría resultar ser una terrible subestimación del mismo.

Todas las carencias puestas en evidencia

Cuando la COVID-19 se convirtió en una emergencia en el país vecino Irán, la cifra de personas que regresaron a Afganistán se incrementó de manera exponencial: se estima que de finales de febrero a finales de marzo, 100,000 afgan@s volvieron al país; mientras que algun@s lo hicieron de manera voluntaria, otr@s fueron deportad@s. El gobierno afgano no sostuvo por mucho tiempo su decisión de cerrar los cruces fronterizos con Irán y esto tuvo como consecuencia que en las provincias fronterizas Herat y Nimruz la enfermedad mortal se propagara velozmente y, con las personas que retornaban, esta se extendió a lo largo y ancho del país, incluyendo a Kabul. A mediados de marzo, el gobierno decretó el confinamiento en las zonas de aglomeración urbana, sin atender el hecho de que el aislamiento representa un lujo que la mayor parte de la población no puede darse. Según un estudio del año 2018, más de la mitad de la población vive al día y por debajo de la línea de pobreza.

El sistema de salud de Afganistán es uno de los más endebles a nivel mundial y depende en su totalidad de la ayuda proveniente del extranjero. No cuenta con la capacidad de realizar pruebas que permitan medir la propagación del virus, ni tampoco está en condiciones de velar por el cumplimiento de las medidas de restricción de la movilidad. La pandemia pone en evidencia todas las carencias del sistema y de la infraestructura de salud: desde las terribles condiciones de higiene y la insuficiencia de material y personal capacitado, pasando por el uso discrecional y la mala gestión de los recursos, hasta los procedimientos humillantes y abiertamente discriminatorios por parte de las autoridades. Teniendo en cuenta todos estos problemas, las estadísticas publicadas por el Ministerio de Salud no arrojan un panorama realista de la evolución de los contagios. Las medidas adoptadas por el gobierno se dirigen, más bien, a medios de comunicación de países vecinos que reportan sobre la situación en Afganistán.

Mientras tanto, la violencia proveniente de todos los bandos sigue causando estragos a lo largo del país. Los llamados al armisticio efectuados tanto por la sociedad civil como por el Secretario General de las Naciones Unidas han sido hasta ahora ignorados; aunado a esto, la inseguridad imperante y las nuevas restricciones vigentes en los territorios controlados por el Talibán dificultan significativamente el acceso de las organizaciones humanitarias a las zonas más alejadas. En estas circunstancias, continuar el trabajo con los grupos poblacionales más marginados y vulnerables, como las víctimas de guerra o l@s desplazad@s internos, representa un gran reto para nosotr@s como Afghanistan Human Rights and Democracy Organization (AHRDO). Al mismo tiempo, siempre hemos sido conscientes de nuestra responsabilidad: bajo ninguna circunstancia podemos permitir que el virus paralice nuestra lucha por los derechos humanos. Por ello, nos hemos preguntado cómo podemos adecuar nuestro trabajo a la nueva situación.

Salir del nicho hacia el mainstream

Como un primer paso, y a la espera de nuevas restricciones por COVID-19, hemos ampliado nuestra infraestructura técnica. A pesar de que vivimos en una de las regiones menos desarrolladas del planeta, donde los apagones con duración de varias horas forman parte de nuestro día a día, hemos podido comunicarnos de manera casi ininterrumpida. Hemos trasladado nuestros eventos, reuniones y talleres a plataformas digitales, lo que ha llevado a que eventos de Advocacy, tales como el ciclo de conferencias “Justicia, tolerancia y consolidación de la paz en Afganistán” alcanzaran a un público en todo el país y más allá de sus fronteras. El efecto de esto es que una cuestión prácticamente olvidada como la incorporación de víctimas de guerra al proceso de pacificación en Afganistán se ha convertido en un tema de discusión habitual. 

Al interior de la organización hemos desarrollado un enfoque de trabajo que ayuda, tanto a nosotr@s como a las personas con las que trabajamos, a generar la resiliencia necesaria, así como a disminuir la presión física que la pandemia ejerció sobre tod@s en sus primeras fases. Durante este tiempo hemos realizado una evaluación general de nuestra organización: ¿Qué necesidades hay? ¿Cuáles son nuestras debilidades? Por un lado, esto ha librado a l@s colegas de algunas preocupaciones; por el otro, ha contribuido a reforzar los vínculos en común y el sentimiento de pertenencia. El cuidado de colegas y soci@s se ha convertido en algo tan importante como el cuidado personal. Asimismo, hemos llevado a cabo cambios en nuestro trabajo con comunidades, ya sea en la organización de víctimas de guerra o de jóvenes voluntari@s que trabajan por la superación de conflictos étnicos. Mediante estrategias de base hemos intentado, a su vez, contrarrestar los efectos de la COVID-19 en un barrio pobre de Kabul; l@s colegas de AHRDO han participado activamente en grupos de voluntari@s ocupados del abastecimiento de bienes indispensables para la vida en barrios en los que el hambre es una amenaza real.

Normalidad engañosa

Parece como si la vida en Kabul hubiera regresado a su curso normal. Las universidades y las escuelas han reabierto sus puertas, pero las consecuencias de la pandemia en la sociedad aún no han sido captadas en su justa dimensión. Nos interesa saber cuánt@s alumn@s han regresado a las aulas, y si el número de niñas ha disminuido considerablemente, pues las familias que ahora son más pobres de lo que eran antes de la pandemia ya no envían a sus niñas de vuelta a la escuela. Puede ser que, en estos momentos, cada escuela haya perdido ya a seis de cada diez de sus alumnas. El panorama es igualmente sombrío en el mercado laboral: explotación redoblada, recortes de salarios, escasas prestaciones sociales, desempleo a la alza; todo esto es consecuencia de la COVID-19. L@s jornaler@s han sido particularmente impactados por esta situación y debemos suponer, no sin temor, que nada va a cambiar en su situación en el corto plazo. En pocas palabras: mientras que la amenaza de una segunda ola se cierne sobre Afganistán, el compromiso internacional disminuye y un verdadero proceso de pacificación parece hoy muy distante, a la gente le queda muy poco más para compartir que el miedo y la inseguridad.

Publicado en alemán en septiembre de 2020.

Traducido por Benjamín Cortés Peralta.

Jawad Zawulistani

Jawad Zawulistani es director administrativo de AHRDO. Según Jawad, este título describe de manera insuficiente sus actividades, pues él, como tod@s l@s demás integrantes de este grupo organizado de manera poco jerárquica, lleva a cabo las tareas que se presentan día a día.

Publicado: 16. septiembre 2020

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