Niger

Kabul: última advertencia

Cómo podrían terminar también las intervenciones militares internacionales en el Sahel. Por Moussa Tchangari.

En las capitales de las potencias que durante 20 años hicieron la guerra en Afganistán impera el desconcierto. “Kabul no es Saigón”, afirma un funcionario de alto rango estadounidense; sin embargo, esta es una debacle que en muchos sentidos rebasa significativamente a la de 1975 en Vietnam. Pese a su equipamiento superior, los ejércitos occidentales sucumbieron frente a la determinación de los talibanes. Sin embargo, la responsabilidad frente a la derrota le corresponde al liderazgo político de Occidente. Sus gobiernos pueden haber puesto todo su empeño en esta guerra, apoyándose siempre en una élite profundamente corrupta, cuyo rechazo abierto a la democracia es comparable al de los talibanes. Colocados y mantenidos en el poder por ejércitos extranjeros, los talibanes se enriquecieron desenfrenadamente durante 20 años, tal y como lo hizo el complejo militar-industrial de Occidente. Los “costos”, las vidas humanas y las cantidades enormes de dinero que ha devorado esta guerra han sido asumidos por la gente “de a pie” en Afganistán, así como por l@s pequeñ@s contribuyentes en Occidente.

Precisamente porque una guerra de tal magnitud no representa una desgracia para tod@s, esta continuará en el Sahel. También aquí, las potencias occidentales libran un guerra en contra de grupos armados, cuyo ideología es cercana a la de los talibanes; aquí también existen élites corruptas cuyo sentimiento de responsabilidad frente a su país es inexistente; aquí también se niegan las reformas, el diálogo y los derechos, con el peligro de que, también aquí, un día de estos, “talibanes en motocicleta” ingresen a las ciudades principales. Los acontecimientos en Kabul representan una advertencia, pues muestran lo que puede pasar si las élites gobernantes en Sahel y sus promotores occidentales continúan ignorando las exigencias de reformas valientes. Pues sólo a través de un proceso político valiente se puede convencer a la más grande fuerza política y militar, es decir, a la llamada gente común y corriente, a la población.

Hombres y mujeres de buena voluntad deben levantarse y declarar que la guerra actual no puede ganarse con los mismos ejércitos extranjeros que no pudieron ganar la guerra en Afganistán. Si esta guerra puede ganarse, eso sólo ocurrirá con la voluntad de much@s y a través de iniciativas valientes que apunten hacia un nuevo contrato social y político; un contrato que devuelva la soberanía al pueblo y cree las condiciones necesarias de una vida digna para millones de personas, a las que en este momento les está negada. 

Traducción: Benjamín Cortés

Publicado: 20. septiembre 2021

Haz un donativo!