En estas semanas, se cumplen cinco años del inicio de la pandemia de COVID-19, lo cual ofrece un motivo para realizar un balance. A mediados de marzo se publicó “A History of the World in six Plagues”, el nuevo libro de la historiadora de la ciencia Edna Bonhomme. Hablamos con ella sobre cómo el manejo de las epidemias da forma a las sociedades, acerca del confinamiento como mecanismo de control estatal y de protección personal, así como de la relación entre el dolor y el miedo y sobre por qué se necesitan más proyectos progresistas de cuidado mutuo.

medico: Tu libro inicia con una reflexión muy personal en torno a enfermedades que has padecido. ¿Por qué te pareció importante escribir un libro sobre la historia de las pandemias y sobre el manejo social de las mismas?
Edna Bonhomme: Al inicio de la pandemia yo, como muchas otras personas, empecé a reflexionar sobre el significado de hacer una pausa; observé una situación social inédita, una enfermedad nueva, así como una serie de novedosas disposiciones en materia de salud pública con vigencia internacional. Además, muchas personas simplemente sentían la necesidad de mantener distancia física para proteger a otrxs de un posible contagio. Todo ello me llevó a reflexionar no únicamente sobre la situación que vivíamos en aquel entonces, sino también sobre los recuerdos de mi infancia más temprana. En cierta forma, recurrí a Sigmund Freud y reflexioné sobre el inconsciente, así como sobre por qué ese primer confinamiento había sido tan molesto para mí. Intenté comprender la profunda conexión entre los recuerdos de infancia sobre los confinamientos causados por alguna enfermedad y la situación en la que yo me encontraba en aquel momento, ya como persona adulta.
Sin embargo, una perspectiva diferenciada sobre formas de confinamiento y de cuarentena, así como sobre su relación con la propagación y el freno de las pandemias, no sólo resultaba necesaria en relación con el libro y el proceso de escritura, sino también en términos históricos.
Al reflexionar sobre este frágil equilibrio entre confinamiento y contagio, buscaba abarcar las epidemias desde el siglo XIX hasta el día de hoy y analizar su estrecha relación con el auge de la industrialización y del desarrollo de nosotrxs como seres humanos. Además, me interesaba estudiar la manera en que los discursos científicos influyen en la aceptación social de la ciencia y sus múltiples formas o, como ocurre en algunos casos, en el rechazo de la misma y su instrumentalización política.
Tú defiendes la postura de que las restricciones a la libertad y las cuarentenas son medidas históricamente arraigadas de la salud pública en caso de pandemias . ¿Por que distingues entre estos conceptos?
Los dos términos , confinamiento y cautiverio, tienen distintas connotaciones dependiendo del contexto. Así, por ejemplo, existe un cautiverio forzado que está anclado históricamente en instituciones estatales como por ejemplo la esclavitud. Este se diferencia de las distintas formas médicas del autoconfinamiento o del aislamiento social organizado por el Estado como la cuarentena, que representa la restricción del movimiento de personas, animales o bienes con el fin de prevenir la propagación de las enfermedades. La falta de claridad con respecto a estos términos ha provocado y sigue provocando malentendidos en torno a la diferentes formas de confinamiento . Por esta razón intento describir con mucha precisión los distintos tipos de restricción.
Al analizar las distintas formas de confinamiento, ya sean autoimpuestas o dictadas por el Estado, yo argumento que resulta crucial debatir, de manera abierta y clara y con base en evidencias científicas, acerca de lo que representa el confinamiento cuando es necesario por razones médicas
Eran innumerables las personas cuyos familiares habían fallecido y querían honrar a los muertos mediante rituales. Posiblemente pudo haberse encontrado una manera para prevenir la propagación de la enfermedad y al mismo tiempo dar la oportunidad a las personas para expresar su dolor. Ese frágil equilibrio de aprender a adecuarse a nuevas circunstancias y a la vez dar espacio a las personas en un contexto de propagación de enfermedades infecciosas, es esencial y, al mismo tiempo, fortalece la credibilidad de las autoridades sanitarias frente a la población, particularmente durante un brote de las mismas.
En 2014 teníamos contrapartes en Sierra Leona colaborando con trabajadorxs comunitarixs de la salud. Estxs eran en su mayoría mujeres, que no sólo brindaban cuidados a lxs enfermxs, sino también información y apoyo emocional a sus amigxs y familiares. Esto se convirtió en la base de la confianza por parte de la gente frente a medidas de salud pública, quien al mismo tiempo pudo expresar críticas con respecto al confinamiento estricto impuesto sobre ella.
Es importante escuchar y pensar sobre las preocupaciones reales de la gente respecto a cualquier intervención sanitaria, así como fomentar el diálogo sobre enfermedades infecciosas, acerca de su propagación y sobre medidas para evitarla. Si es que damos valor a la vida humana, si afirmamos que queremos construir las mejores condiciones para la gente en su paso por este planeta, eso significa que debemos diseñar intervenciones sanitarias que cubran las necesidades del mayor número de personas posible. Esa es la meta y la razón de ser de la salud pública. Ahora mismo observamos el resurgimiento del sarampión en Estados Unidos, especialmente en Texas, donde una comunidad con bajas tasas de vacunación ha caído víctima de este brote. También en este caso, el equilibrio que ya he mencionado debería estar en el centro del debate. instancia debería también debería
¿Cuál es la conexión entre estas campañas anti-vacunas, como las que experimentamos durante la pandemia de COVID, y los recientes ataques de la extrema derecha, ya sea contra el derecho humano a la salud o contra la autodeterminación sanitaria de las mujeres?
Una respuesta parcial es que las cuestiones en torno a la salud individual tienen mucho que ver con la autonomía corporal; la cuestión de los derechos reproductivos y del acceso al aborto enfatiza de manera muy evidente este hecho. La extrema derecha niega a las personas embarazadas el derecho a la autonomía individual en lo que respecta a la reproducción pero, al mismo tiempo, afirma de manera recurrente que cualquier intervención por parte de la salud pública, ya sea en cuestión de vacunación o de aislamiento por razones médicas, es una afrenta a la autonomía corporal. Esto demuestra que no se trata de una verdadera autodeterminación, sino del control de unos sobre otros.
Tu escribes que un trauma común conectó a las víctimas del brote de gripe de 1918 y a los supervivientes de la guerra. ¿Es posible que no hablemos lo suficiente de los traumas individuales o colectivos a raíz de la pandemia de COVID?
El escritor C.S. Lewis comenta en su colección Dueloobservado que nadie nunca le había dicho que el dolor se siente como el miedo. Y precisamente eso fue lo que ocurrió durante la pandemia: las personas viviendo un duelo no pudieron encontrar un mecanismo para sanar por completo, así fuera individualmente o a nivel societal.. En algunos casos, la ausencia de duelo, o de una oportunidad para experimentarlo propiamente, se transformó en miedo, en la búsqueda de un chivo expiatorio y mentalidad de supervivencia.
Por ende hay que preguntarse: ¿cómo podemos examinar formas no reconocidas de trauma y de aflicción? Es con respecto a esta cuestión donde la izquierda puede ofrecer una alternativa viable a la simple aceptación de la inexistencia de un apoyo psicológico gratuito, así como de un tipo de apoyo universal para las personas afligidas por cualquier razón, así sea por el hecho de vivir en el capitalismo.
La extrema derecha ha sido capaz de sacar provecho de esta aflicción y utilizarla para culpar a otrxs, ya sean migrantes, minorías étnicas u otros grupos. La izquierda debería plantearse la cuestión e insistir en la necesidad de formas de cuidado comunitario y apoyo psicológico que no sean imperiales, ya que muchas veces los espacios de la izquierda no tienen este enfoque del cuidado cuando abordan la atención médica integral.
¿Es a esto a lo que te refieres cuando reivindicas el comunismo de la salud?
El término ‘comunismo de la salud’ fue adoptado por Beatrice Adler Bolton y Artie Vierkant en su libro publicado bajo ese título. En él, se expresan preocupaciones reales en torno a la salud pública, el capitalismo y sobre las industrias de la salud que enferman a la gente. A mi parecer, el comunismo de la salud en sus diferentes formas se trata de garantizar que la salud y la medicina, como recursos, no sean privatizados ni queden sometidos a algún régimen capitalista; se trata de asegurar su distribución global justa. Sin importar si una persona reside en Berlín o en Kampala, la seguridad social o los aspectos que consideramos parte de ella, como por ejemplo la licencia de maternidad, el permiso postnatal, cosas como las vacunas e incluso el cuidado psicológico, todo ello debería ser gratis y de fácil acceso a nivel global. Y no como una forma de caridad, en el sentido de que las personas piensen: “oh, estamos recibiendo esto por parte de una organización a modo de donación, como una buena obra”, sino visto como un derecho humano, gracias al cual las personas pueden acceder a tales recursos.
En último término, se trata de vivir en una sociedad en la que los recursos sean redistribuidos y la gente pueda decidir libremente sobre los mismos. Nadie debe sentir culpa por tener acceso a tratamientos médicos que son considerados con frecuencia como vitales. No sólo me refiero a las vacunas, sino también al agua y aire limpios. En una escala global, esto aún no ha sido puesto en práctica. Tenemos que plantearnos la pregunta de cómo crear un sistema en el que los alimentos, los recursos médicos y la naturaleza estén disponibles para todxs y qué es lo que esto significa para la gente en el Norte Global: posiblemente tengamos que prescindir de muchas cosas para que el resto del mundo pueda recibir lo que le corresponde.
Esto suena utópico en el contexto de los cambios actuales en la correlación de fuerzas que nos colocan en una posición más bien defensiva. Basta tomar como ejemplo la cancelación de los fondos de PEPFAR o de USAID, que ha dejado a millones sin servicio médico básico y con la necesidad de elegir entre comprar comida o medicinas.
Sí, la cancelación de la ayuda internacional estadounidense está abriendo el camino a nuevos brotes infecciosos, particularmente en áreas vulnerables del continente africano. Por ejemplo, recientemente el virus del Ébola ha aparecido en el Este de África y en Uganda, mientras que la viruela símica (mpox) registró un ligero aumento en el Congo. La interrupción de la ayuda humanitaria internacional por parte de la administración de Trump ha creado un escenario en el que las personas más vulnerables podrían encontrarse en un riesgo desproporcionado de contraer enfermedades infecciosas. Al mismo tiempo, esa ayuda ya estaba caracterizada por muchas limitaciones; los fondos de USAID, por ejemplo, no contemplaban el aborto ni el financiamiento de organizaciones en las que lxs trabajadorxs sexuales podrían hacer uso abierto de esos recursos. Esto apunta hacia una cuestión más amplia: ¿Cuáles son esas condiciones y esos límites? ¿Quién se encarga de establecerlos? Cuando existe la participación de un gobierno, esta puede limitarse a las políticas conservadoras de un régimen determinado. Dejando esto de lado, me parece que lo esencial en el momento actual es conocer la historia de estas organizaciones de ayuda internacional, qué proyectos han financiado, cuáles no, bajo qué condiciones y cuál es la opinión de la gente sobre esto.
Más allá de ello, para las organizaciones de izquierda esto significa reflexionar activamente sobre estos programas de salud, a quiénes benefician y a quiénes afectan; significa trabajar con la gente en el terreno y construir relaciones significativas a largo plazo con la gente en el Sur Global. Se requiere una alternativa de izquierda más llamativa que nos permita hacer frente a lxs conservadorxs y a sus medidas y políticas draconianas que ahora están saliendo a la luz, no sólo en Estados Unidos, sino en todas partes.
Tú escribes que siempre ha habido acciones colectivas en contra de las desigualdades que acompañan a las enfermedades.
Así es. Un ejemplo de ello, al menos en el siglo XIX, es el del Freedmen's Bureau, que menciono en el primer capítulo dedicado al cólera. A través de él, afroamericanxs libres y anteriormente esclavizadxs intentaron brindar asistencia médica gratuita a la población negra en Estados Unidos, partiendo de que la salud debería ser un derecho universal. Durante un breve periodo durante la reconstrucción, es decir, tras la emancipación de la población esclavizada en las décadas de los sesenta y los setenta de aquel siglo, existieron proyectos autogestivos que brindaron atención médica gratuita a un buen número de afroamericanxs.
Cien años después, el Partido Pantera Negra defendía que la salud debería ser una prioridad y algo que debería ponerse al libre alcance de manera gratuita. Sus activistxs abrieron clínicas para ofrecer atención médica a mucha gente. Menciono estos dos ejemplos trazando con ello una especie de modelo, sin embargo, hay muchos otros construyéndose en una escala local, también entre grupos feministas. En las décadas de los sesenta y setenta se formaron colectivos de la salud, no sólo en Estados Unidos, sino en muchos otros lugares. Es por ello que informarnos respecto a estos movimientos de izquierda puede ayudarnos a observar qué fue lo que funcionó, qué no dio resultados y a pensar cómo podemos construir espacios que abran el espacio para el apoyo mutuo.
La entrevista fue realizada por Felix Litschauer. Es asesor de salud global en medico y trabaja junto con nuestras contrapartes por modelos solidarios de atención médica.