Turquía

Campaña electoral sobre escombros

La negligencia política ha costado innumerables vidas humanas y ha dejado a millones sin hogar. Ahora, el presidente Erdoğan hace política a sus expensas.

Por Anita Starosta

Con una duración inusual de 90 segundos, el terremoto ocurrido en la frontera turco-siria sorprendió a l@s habitantes mientras dormían, a las 4:17 horas, en la mañana del 6 de febrero. Con su epicentro en Kahramanmaraş, el movimiento sísmico de 7.8 grados Richter alcanzó un radio de 100 mil kilómetros cuadrados, afectando a 29 millones de personas según datos de la ONU. De ellas, más de 4 millones perdieron sus hogares de la noche a la mañana; por lo menos 50 mil quedaron sepultadas bajo los escombros y decenas de miles permanecen desaparecidas: un terremoto que ocurre una vez en un siglo, cuyo impacto aún no puede dimensionarse del todo. Esta catástrofe natural impacta Siria y Turquía en una época de tensión y, por ello, posee una potencia explosiva. Además, la instrumentalización de la ayuda por parte de los gobiernos de ambos países es, desde hace mucho tiempo, parte de la catástrofe permanente en la región.

Actualmente, el gobierno turco está en el foco de críticas masivas por no haber actuado de manera adecuada; no obstante, el presidente Erdoğan se aferra a su candidatura en las elecciones presidenciales, adelantadas para el mes de mayo. No sería la primera vez que un sismo determina el resultado electoral: después del gran terremoto de 1999 en Izmit y Gölcük –cerca de Estambul– el AKP de Erdoğan logró llegar al poder en 2001, después de utilizar las desastrosas consecuencias del terremoto con fines electorales. En los últimos meses, Erdoğan se ha impuesto en el escenario de la política exterior y ha conseguido, con ello, distraer la atención sobre problemas políticos domésticos. Con el segundo ejército más grande de la OTAN bajo su mando, Turquía ha asumido un papel mediador en la guerra en Ucrania, mientras que hasta hoy bloquea el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN, a quienes acusa de tener una mano muy suave frente a actores políticos pro kurdos.

La guerra contínua contra la guerrilla kurda en las montañas del norte de Irak; las amenazas de invasión a la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria; el atentado terrorista presumiblemente autoinfligido en la calle Istiklal de Estambul, al que siguieron semanas de bombardeos aéreos sobre Rojava; o el acercamiento público con los presidentes de Siria e Irán: en política exterior, Erdoğan se encuentra en plena campaña electoral para unas elecciones que decidió adelantar para mediados de mayo, lo que le posibilita cumplir con un plazo constitucional que le abre las puertas a nueva candidatura. En política interna, por el contrario, las cosas no han salido muy bien en los últimos meses: inflación elevada, ataques racistas a refugiad@s siri@s, así como una oposición importante, ponen a Erdoğan bajo una presión de grandes dimensiones. El ánimo de crisis se materializa en encuestas que pronostican actualmente que Erdoğan y su partido APK perderán la mayoría absoluta en las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales.

Continuidad antikurda

Y entonces, la tierra se cimbró. El epicentro del terremoto se localizó en los territorios kurdos en Turquía e impactó a una región –desde Kahramanmaraş a Hatay– que, además de ser el hogar de much@s kurd@s y alevíes, está marcada por la violencia política y la privación de derechos. En 1978 tuvo lugar aquí la masacre de Maraş, en la que 111 alevíes perdieron la vida a manos de nacionalistas turcos. Muchas personas que en aquel entonces tuvieron que huir, nunca volvieron del todo; sin embargo, permanecen profundamente enraizadas en la región. En años recientes se intensificó la discriminación estructural frente a l@s kurd@s, así como la represión en contra de iniciativas civiles en ciudades como Diyarbakır, ubicada en los márgenes de la región afectada por el terremoto. A partir de los combates entre grupos de jóvenes kurd@s y el ejército turco en 2015-2016, las detenciones de polític@s de oposición y los toques de queda se han vuelto parte de la vida cotidiana. Alcaldes y alcaldesas del partido de izquierda HDP han sido depuestos y sustituidos por administraciones enviadas por la fuerza desde Ankara, mientras que más de 4 mil opositor@s izquierdistas se encuentran encerrados en cárceles turcas. También las contrapartes de medico en la región, sobre las que por razones de seguridad no podemos hablar en público desde hace años, son víctimas de esta represión.

El reordenamiento demográfico mediante el reasentamiento y la asimilación siempre ha sido una instrumento predilecto del gobierno del AKP para dispersar a la población kurda e impedir con ello su autoorganización política. Tan sólo unos días después del terremoto, activistas kurd@s advirtieron que Erdoğan utilizaría las 200 mil casas destruidas para fines de su política demográfica. Según la misma, se prevé que existan ciudades hermanadas con aquellas que fueron afectadas por el sismo en el oeste de Turquía, en las cuales pueda relocalizarse en viviendas nuevas a millones de kurd@s que quedaron sin hogar. En un año cada familia tendrá un techo bajo el cual vivir; esta fue la promesa de Erdoğan durante una aparición pública en Maraş. Sin embargo, el ambiente antikurdo en Turquía no cesa ni siquiera en tiempos de catástrofe. La muestra más reciente de ello se dio en un partido de fútbol en Dursa, en la que el equipo kurdo Amedspor de Diyarbakır se vio expuesto a un hostigamiento masivo, cuando fans del equipo rival mostraron imágenes de escuadrones de la muerte que segaron la vida de cientos de activistas kurd@s en los años noventa. Incluso los jugadores de Bursa participaron en ataques físicos frente a sus rivales del Amedspor.

El fracaso de la ayuda

Erdoğan necesita éxitos en política exterior y movilizaciones antikurdas para lograr su reelección. No obstante, la organización del voto de más de cuatro millones de personas que se han quedado sin hogar parece logísticamente imposible. 17 por ciento de la población turca habitaba en la zona afectada por el terremoto, incluyendo a una parte importante de votantes del AKP. Está por verse si las promesas de Erdoğan serán suficientes para conservar esos votos, pues resulta difícil pasar por alto el gran fracaso de la Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias (AFAD, por sus siglas en turco), ya sea en trabajos de prevención, rescate o de ayuda humanitaria; muchas personas sufrieron en carne propia la ausencia de la ayuda.

En los primeros tres días –cruciales para salvar vidas–, muy pocos equipos de rescate asistieron a las regiones afectadas; en algunas de ellas no se vio a ninguno. En muchos casos, l@s afectad@s sucumbieron frente al intenso frío, mientras que otr@s intentaban rescatar tan sólo con sus manos a sus familiares de los escombros, frecuentemente sin conseguirlo. En vista de la ausencia de apoyo estatal, en muchos lugares surgieron comités de crisis y centros de ayuda que organizaron la recolección y distribución de bienes. Estos, también con apoyo de medico, coordinaron a su vez el envío de convoyes a pueblos gravemente afectados. No obstante, l@s organizador@s nos reportaron en múltiples ocasiones que su trabajo se vio obstaculizado, que tráilers con envíos de ayuda fueron confiscados o se les impidió el tránsito. Finalmente, el centro social en Pazarcık, que fungió como el centro logístico del apoyo para toda la región, fue tomado por la policía y el ejército, quienes además confiscaron los bienes destinados a la ayuda.

No se aprendió nada

Turquía es un país sísmico y, a decir verdad, tiene experiencia con grandes sismos, como el ocurrido en 1999 en el Mar de Mármara o en 2011 en Van. El peligro de un gran terremoto en la zona ahora afectada se conocía desde hace mucho: estudios de la AFAD preveían ya desde el año 2020 con gran precisión el escenario ocurrido ahora. La prevención eficaz habría sido posible con medidas consecuentes de protección frente a catástrofes y una planeación urbana adecuada. Sin embargo, el “impuesto por terremotos” introducido en 1999 fue despojado de su finalidad original y repartido por el AKP –en el poder desde 2002– a empresas de construcción cercanas al gobierno con la finalidad de construir calles y puentes, dejando de lado las medidas de protección necesarias en zonas de riesgo sísmico. Lo mismo es válido para Estambul, donde actualmente decenas de miles de habitantes buscan examinar la seguridad de sus viviendas frente a sismos y así poder evadir un destino similar al vivido en el sureste del país.

La política neoliberal de construcción en Turquía (construir mucho, rápido y barato) se suma a las causas que explican el número tan elevado de edificios colapsados. Muchos de ellos presentan graves deficiencias: desde el material de construcción, pasando por el subsuelo hasta la estática. Muchas edificaciones carecían además de la inspección necesaria. Si bien ahora se señala la responsabilidad de las empresas constructoras, esto resulta insuficiente y oculta la responsabilidad estatal, según afirma la Cámara de Arquitectos de Turquía. En 2017, la legalización extensiva de construcciones ilegales sin ser sometidas previamente a las revisiones necesarias fue una promesa electoral de Erdoğan.

A pesar de todo, una investigación independiente en torno a la catástrofe no se llevará a cabo pronto; una solicitud del partido HDP con este fin ya fue rechazada en el parlamento turco. Hoy en día existe una incertidumbre total sobre si será el fracaso del Estado o las promesas de Erdoğan lo que, al final, decidirá el rumbo de las elecciones en mayo. Al tiempo en que Erdoğan moviliza a sus partidari@s con apoyos estatales y la promesa de una reconstrucción rápida, la oposición de izquierda organiza el apoyo de l@s excluid@s de este proceso en las regiones afectadas. En un contexto en que se instrumentaliza la ayuda de tal modo, las personas se auto organizan y sacan adelante lo humanamente posible. Ellas no pueden reemplazar la dimensión de la ayuda estatal, pero con su actuar más allá de consideraciones étnicas y religiosas logran desprenderse del cálculo político de los déspotas, dando forma con ello a una colectividad diferente. Qué tan lejos puedan llegar con ello depende, también, del apoyo internacional que reciban.

Traducción: Benjamín Cortés

medico coopera desde hace muchos años con iniciativas y redes de la sociedad civil en el sureste de Turquía que, con el apoyo de medico, se encargan de proveer alojamientos provisionales, alimentos, ropa y combustible. Ayudantes voluntari@s viajan desde Diyarbakır hacia los pueblos y provincias devastados y averiguan qué es lo que se necesita más urgentemente y dónde. Ell@s organizan la comunicación y el aprovisionamiento para supervivientes y aquell@s que han perdido sus hogares.

Publicado: 22. marzo 2023

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